martes, 18 de octubre de 2011

Ni es lo mismo, ni es igual

Domingo por la tarde. Sola en casa. Nublado. Ni frío ni calor. Ya no hay sol para jugar a que soy jardinera. M1 salió y aprovecho para ver pavadas en la tele. No quiero nada que haga que las dos neuronas que están despiertas colapsen al tratar de procesar un melodrama del estilo Paris-Texas. Mis súplicas se hacen realidad cuando encuentro  "Viviendo con mi ex", que sólo había empezado hace unos instantes. ¡Bingo! ¡Cine shampoo!
La película empieza con una discusión entre la pareja, en la que ella le pide que traiga doce limones y él trae tres. Me siento supremamente identificada con la escena, a no ser por ese cuerpo de Jennifer Aniston, que no se cómo cazzo hace para estar siempre perfectamente bronceada, perfectamente peinada, perfectamente escultural, y porque M1 mide unos veinte cm. menos que el  futuro ex del film. Obviamente no se cómo termina, porque a los veinte minutos mis dos neuronas se rindieron en un apasible sueño.
Al despertar M1 me avisa que está volviendo a casa y le pido que traiga chocolate para ponerle a las galletitas de avena, un clásico dominguero. Como no podía ser de otra manera, lo que trajo fue una barra de chocolate, de esas que se comen en siete segundos, rellena de yogur de frutilla. ¡¡¡Hello, earth to M1!!! ¿En serio? ¿Un chocolatín? ¿Acaso nunca en su vida vio una galletita de avena con chocolate? ¿o no escuchó nada de lo que le dije, excepto "chocolate"? La ira se empieza a agolpar en mi sien, siento unas ganas irressitibles de decir cualquier clase de improperios contra él, contra sus gustos chocolateros, sobre su poco registro de mis necesidades, sobre su total abstracción de lo que el otro pide, sobre toda la especie marsupial y, por qué no, contra su criadora también.
Respiro hondo, cuento hasta dos millones y le pregunto con sincera intriga, con una curiosisdad cuasi científica para encontrar alguna pista que me revele la lógica marsupial, cómo llegó a la conclusión de que eso era lo que había que comprar. Él responde en algo que podía resumirse como: chocolate=cualquiera que me guste.
Yo, con mi intrincada lógica de domadora, estudio lo que dice y lo traduzco en algo que va más o menos así: p: trae chocolate
q: me gusta el chocolate relleno de yogur
p ^ q: llevo el chocolate que me gusta relleno de yogur
Simple, ¿no? Ahí me doy cuenta que las mil quinientas variables que yo tendría en cuenta a la hora de comprar el chocolate, como por ejemplo:
a) destino del chocolate: si eran para galletas, ¿no quedará medio raro el sabor de galletitas de avena con chocolate con yogur de frutilla?,
b) disponibilidad: los domingos no son fáciles las compras, con lo cual evaluaría cuáles son las opciones que hay en la única tienda vecina abierta a esa hora,
c) precio/calidad: ¿voy a pagar cuatro veces el precio de una barra de chocolate, únicamente para cumplir con un antojo dominical de grasas saturadas?,
d) el gusto de los otros: ¿será que a M1 le gustará el chocolate relleno amarguísimo que a mi tanto me fascina?
e) cualquier otra variable que flote por el aire.
Con razón M1 nunca quiere hacer las compras conmigo!

martes, 4 de octubre de 2011

¿Quién tiene el control?

Una cosa que envidio profundamente de los Marsupiales es su afición a los deportes. No miento al decir que todos los especímenes que conozco gozan de una manera impúdica al ver o practicar cualquier actividad que implique una serie de reglas o normas a desempeñar dentro de un espacio o área determinada (campo de juego, cancha, tablero, mesa, entre otros)*. Y si tiene un balón de por medio ya es un festín. Pueden estar frente a un pantalla durante horas sin perder el interés en una pelota que va y viene. Gritan, insultan, bendicen, organizan eventos y fiestas en su honor. El deporte nutre sus egos de las maneras más extrañas: llegan a pavonearse de su extrema habilidad deportiva al criticarle a los profesionales sus jugadas, cuando la única actividad en la que honestamente se los puede calificar como expertos es en la cosecha de barrigas. Es que ellos no miran un partido, están ahí, transpiran con el deportista, sufren sus errores, y celebran sus aciertos en carne propia. Eso me da envia.
Las actividades de las domadoras no incluyen en igual medida ese sentido de pertenencia, esa admiración por quien realiza hazañas físicas y suda hasta parecer recién salido de una pileta, o que puede hacer jueguitos con un par de medias mil veces sin que se le caiga. Lo nuestro pasa más por el lado de lo delicado, de lo sutil, de lo artístico. Pero si hay algo de lo que somos fanáticas y practicamos religiosamente día tras día son las actividades circenses, que mezclan en coutas perfectamente iguales destreza, rigor físico y energía. Hacemos malabares para realizar en un solo día setenta y dos actividades impostergables, que incluyen desde ser voluntaria en la escuelita de la Villa, hasta tener las uñas impecables, sin nunca oler como un calcetín usado. Somos unas acróbatas sin vértigo dentro de los tacos, contorsionistas en la clase yoga, pilates o la actividad física que realizamos para vencer las leyes de la gravedad, y que el trasero siempre quede en su lugar. Hacemos pasayadas frente a las crías para que se diviertan, frente a nuestros jefes cuando nos pescan en facebook a las diez de la mañana, o ante el Sr. de la ferretería cada vez que tenemos que buscar solución a los problemas domésticos que los Marsupiales no pueden resolver, porque están muy ocupados mirando la repetición del partido Minsk - Sydney por la copa de sudafricana de verano.
Pero hay un deporte que se practica entre Marsupiales y Domadoras y en que ambos bandos estamos en iguales condiciones: la lucha por el control remoto. Cada vez que la tele se prende, M1 encuentra un evento deportivo que tiene que ver sí o sí, sino se muerte súbitamente, y yo encuentro un documental de Marcel Proust, un capítulo de Sex and the city o una receta magistral de peras al chocolate que nunca en mi vida voy a practicar en mi cocina.
Ahí, señoras y señores, es cuando empieza la competencia encarnizada. Una conversación típica puede ser: D: Me toca mi, vos viste tres partidos seguidos del mundial de curling...
M1: no te olvides de que los martes son tuyos por la serie esa de HBO que sólo vos ves, así que hoy elijo yo.
D: Y vos tenés dos días: los fines de semana de futbol las 24 hs.
M1: Bueno, pongamos un documental.
D: Dale, poné Discovery que seguro hay algo bueno.
M1: Uh, yastá, miramos esto! Es un documental sobre todos los equipos que ganaron el mundial desde Uruguay en 1930!!!
D: ¿¡vos me estás tomando el pelo!?
Esto puede seguir por horas, o hasta que aparezca Forrest Gump, Blade Runner o Dr. House, porque ahí siempre hay acuerdo. Después de muchas luchas por el control, M1 y yo llegamos a conclusión que lo mejor era que en nuestro dormitorio no tengamos un televisor.
*Según los datos controvertidos de mi adorada wikipedia, eso es un deporte.